Es innegable que existe una multiplicidad de ejes que atraviesa nuestro objetivo cuando decidimos pescar con mosca. Y es cierto, también, que necesitamos ir desarrollando nuestra capacidad de distinguirlos, analizarlos e integrarlos para elaborar eficazmente la mejor estrategia ante a cada situación de pesca que enfrentamos. Esa capacidad que podría asimilarse a la de un “predador” que acecha a su “presa”, con las variaciones y capacidades adaptativas que pueden y deben diferenciar al hombre del animal en similares circunstancias, es la que nos permite dar un sentido integrador coordinado a nuestras técnicas de pesca.
Obviamente que no se circunscribe a una “lista” de conocimientos pues debe concluir integrándose en una modalidad de comportamiento que supera nuestra actitud predadora instintiva. Muy por el contrario, dada nuestra particularidad como especie, podríamos afirmar que estará determinada fundamentalmente por el aprendizaje que, obviamente, enriqueceremos con una experiencia de pesca sostenida.
Así es que nuestro esfuerzo en cada salida es estar preparado y comportarnos para intentar concretar nuestra mejor captura, siempre. Ese es uno de nuestros mejores secretos para mantener elevado nuestro estándar como pescadores.
Buscamos al pez, lo evaluamos, seleccionamos la mosca, leemos el río, buscamos juntas, elegimos dónde y cómo presentar la mosca, definimos nuestra estrategia, casteamos cuidadosamente, clavamos con corrección, trabajamos la línea, etc. Tratando de realizar todo esto como si el pez que prendimos fuera el mejor que hayamos capturado alguna vez.
Es nuestra manera de mantenernos “entrenados” y listos para esa oportunidad tan esperada. Es nuestra mejor opción de que el día que un hermoso lomo asome del agua al desaparecer nuestra mosca, a pesar del temblor inicial que nos aborde, podamos sostener el control mental y físico que harán posible la concreción de la captura.
La satisfacción que deviene de la captura de un buen pez está asociada directamente con la dificultad que supone lograrla.
Pescar una gran trucha nos pone frente a un pez que ha atravesado (y superado) muchas situaciones que lo han puesto a prueba.
En la naturaleza, la longevidad está vinculada genéticamente con una gran capacidad de supervivencia. Son animales que podríamos definir como cautos. No es casualidad que siempre sea más sencillo capturar peces más chicos.
Esta diferencia resulta crucial para nosotros porque determina nuestra actitud de pesca.
Uno de los ejes que integra esta actitud es el desarrollo de nuestra capacidad de ver las truchas en el agua. Ver las truchas durante una eclosión suele resultar simple. Ellas mismas se "delatan".
Entrenar nuestra mirada para ver los peces es primordial. Podríamos decir que están "diseñados" para pasar inadvertidos.
- En el río, perfiles alargados pueden referir a un pez; las piedras por lo general son redondeadas...
- Los palos son alargados, pero no se mueven. Las truchas, sí...
- Los peces proyectan sombras, las cosas que descansan en el fondo, no...
- Los peces se ven en el agua más finos de lo que son...
- Es importante tener idea de dónde mirar...
- También es fundamental "visualizarlas" aunque no las veamos
- ATENCIÓN: La refracción de la luz distorsiona nuestra percepción. Por lo general el pez se encuentra casi al doble de profundidad de lo que vemos y unos centímetros más cerca de nosotros. Esto impacta concretamente sobre la capacidad de hundimiento de nuestra mosca y sobre el lugar que elijamos para colocarla en el agua. O sea: más profundo y más cerca.
- OJO: A mayor profundidad, mayor ventana de visión... Que no nos vean al acercarnos!!!!