Hay días en los que me siento ante el
torno sin tener muy claro lo que voy hacer. Este pasado invierno, un
día de esos, encontré una bobina de cordón para atar regalos, que
compré en un bazar, de “los chinos” y al devanarla me di cuenta
que estaba hecha de una especie de seda de color verde pistacho.
Acto seguido monte en un anzuelo del 10# una ninfa con cabeza de
cuenta de abalorio, color ámbar, -que me había regalado mi amigo
Manu-, una brinca del mismo timsel plateado que tenía el cordón y
le hice un collarín de pelo de liebre – regalada por un vecino
cazador- . Hice unas pocas y metí un par en la caja que suelo llevar
siempre.
En el mes de julio, cuando mas apretaba
la calor, los barbos se deslizan apáticos en la réculas, sin apenas
interesarse por todo lo que se les tira, algunas veces ni miraban.
Después de gastar un par de bajos, cambiando todo tipo de artefactos
ya que el tamaño de los bigotudos lo merecía, vi las “ninfas
pistacho” y pensé: “ no pierdo nada probándolas”. Nada mas
pasársela cerca de su boca, el bigotudo la atacó con una ferocidad
que pocas veces había contemplado, nada mas verla caer la persiguió
como si le fuera la vida en ello. Y aquello no fue una simple
casualidad, otros tantos se comportaron de igual manera en los días
siguientes, incluso las carpas mostraron el mismo interés por la
ninfa.